Por Ivette Estrada
La inquietud los anuncia. Son aquellos que ya no forman parte de nuestra realidad, idiosincrasia y anhelos, pero aún quedan agazapados en los recuerdos, obstinados en no marcharse, en martillear en el silencio todo lo que vivimos con ellos. Son relaciones apagadas e indescriptiblemente reacias a desvanecerse del todo. Obcecaciones que no logramos despedir. Rémoras que hieren… círculos que no logramos cerrar.
Temía que llegara la noche. Entre las sombras y el silencio se fortalecían ellos, los seres que no quiero nombrar ya. Desplegaban momentos idos, conversaciones que fueron, imágenes de lo que ya no sería. Una tortuosa noche me rehúse ya a permanecer insomne y repasar sus nombres.
Convoqué entonces a los zombis de mis relaciones: desde la insoportable “amiga” que ya no quería más en mi cotidianeidad ni futuro a la hermana que rehúsa verme y contestar mis llamadas e, incluso, a un romance creado en la imaginación con quien un día sí y otro también decidía terminar conmigo para luego volver.
Bueno: era tiempo de concluir anclada a quimeras. Llamé a cada uno en mi imaginación. Con diferentes diálogos le dije a mi hermana que ya no la perseguiría más, que siempre la amaría y que era libre de cualquier atadura emocional o familiar conmigo. Asumí que era un ave vibrante que se desprendía feliz de mis manos y volaba a los confines deseados por ella. Ni siquiera mi mirada acompañó su trayectoria. Se fue. Fue una certeza que me llenó de infinita paz.
Después él. Reconocí lo importante que fue para mí. Lo trascendente que resultó escuchar mi nombre en su voz. Descarapelé a punta de realidad y hechos concretos el castillo de fantasías que tuve con él. Pude decir, con asombrosa tranquilidad: “no me quiso”, pero le agradecí todo lo que viví con él y por él. Asumí entonces que el capítulo estaba concluido. Ya no más vivir relaciones de altibajos y zozobra. Eso finalizaba al fin, después de un largo lapso de autoengaño.
Por último, le dije adiós a mi “amiga”. Pude comprender sentimientos de envidia, resquemor y celos. No quería un fardo así en mi vida. En este caso la bloquee por completo de redes sociales y teléfono. A diferencia de los otros dos casos, en los que prosiguió una gran serenidad, la sensación que prevaleció fue de inmediato alivio.
Ya no existen espíritus que desvelan y hieren. Se fueron. La vida continua. Vuelvo a dormir, a amar al silencio, a caminar sin llantos y no lamentar nada.
Creo que muchas veces mantenemos relaciones “vegetativas” o zombies. Da miedo asumir que dejaron de ser o nunca existieron. Se teme cortar de tajo lo que duele porque creemos que “así debe ser”. Sin embargo, una de las voces de Dios, que nos dice que hay cuestiones intolerables, es la emoción que aparece ante determinados hechos: ¿inseguridad, angustia, temor, ansiedad? Es hora de cerrar círculos.
Y una forma de decir adiós no es necesariamente confrontar a nadie. Simplemente es generar un ritual donde se cierre metafóricamente nuestra energía a otro ser. No es necesario explicar. Basta con que uno mismo lo entienda o asuma. Este proceso no es racional, sino intuitivo y emocional. La racionalidad aparecerá después…