Por Ivette Estrada
Optamos por callar cuando consideramos que no vale la pena disentir, matizar o enriquecer percepciones, cuando nuestra voz no resulta valiosa, significativa o importante, cuando nos rehusamos a destacar y, si, también cuando percibimos que es parte de la cultura de un país, grupo o empresa, aunque no se diga abiertamente que se privilegia el silencio.
No emitir opiniones ni debatir es parte de la educación. Máxime si formamos parte de grupos minoritarios etarios, de orígenes o credos distintos a quienes ostentan el mando. La exclusión inicia en casa con frases aparentemente inocuas como:
_Esta es plática de adultos.
Con el tiempo esta frase se transforma en que no debemos intervenir si es una conversación que atañe a la C-suite, a quienes detentan el poder político, a los miembros ilustres, a los blancos, a los hombres…a un largo etcétera.
Entonces el silencio se convierte en nuestro escudo y armamento.
Cuando una relación personal se resquebraja al límite, cuando ya no hay posibilidades de entendimiento, cesan de golpe las recriminaciones y lamentos, impera un crudo resentimiento, se impone una peligrosa hostilidad encubierta.
_¿ Te molesta algo?, ¿qué tienes?
_No. Nada.
Y en ese nada está el todo.
En el ámbito corporativo existen dos consignas. Una es abierta y falaz, la que invita a comentar, proponer y disentir. Otra soterrada que es la que se impone cotidianamente: hablar es peligroso.
En reuniones para presentar proyectos y cambios de gestión, el directivo establece pautas a seguir. Como acción inercial comenta:
_ ¿Alguien quiere decir algo al respecto?
La acción esperada y menos peligrosa es bajar levemente la cabeza y negar. Implícitamente es aceptar que todo está dicho.
Un adagio popular, “calladita te ves más bonita”, resume la noción de que la pertenencia a un grupo se paga con el silencio.
Paradójicamente, quien no habla es desdeñado. Es el que menores oportunidades de promociones y recompensas tiene. La voz es un riesgo, pero también en la posibilidad de generar cambios, establecer consciencia y crear nuestra propia reafirmación y crecimiento en una corporación.
Al unísono, el líder que se atreve a escuchar y libera a sus colaboradores de la cultura del silencio, logra librarse de sus propios sesgos y cortoplacismo. Entonces crecerá su percepción y multiplicará ideas y soluciones mientras acentúa el compromiso y colaboración de sus equipos de trabajo.
Develar la propia voz es un ejercicio que empieza con el autoconocimiento, con develar quiénes somos, qué queremos y para qué. El preludio de expresar cualquier cosa es la conversación continua con uno mismo y la atención plena al momento presente. Esos son los elementos que volverán nuestra voz fuerte, convincente y sin amagues.