Por Ivette Estrada
En México, hechos fortuitos marcan el destino. Si se nace en una región pobre del sur, como Chiapas, Guerrero o Oaxaca, las opciones de ascender económica y socialmente, movilidad le llaman, son exiguas.
Si eres mujeres, tus oportunidades se reducen significativamente y tiendes a ser más prejuzgada por tu apariencia física. En un país de mestizaje, paradójicamente la piel morena implica menos oportunidades laborales. También el sobrepeso.
Mujeres en la veintena y casadas, además, son castigadas en el mercado laboral que asume una pronta maternidad y por ende, se les niegan oportunidades de contratación. México es un país surrealista y lleno de estigmas.
Raymundo Miguel Campos Vázquez, Doctor en economía por la Universidad de Berkeley y autor de Desigualdades, genera un retrato de nuestras asimetrías, costumbres y credos que segregan y disminuyen potenciales en todas las esferas de la vida.
A través de cambiar la fotografía en las hojas de vida se detectaron los sesgos no admitidos en a quién damos las oportunidades laborales. Una cifra dada a conocer por Campos Vázquez resulta muy reveladora: lograr transitar del 20% de los estamentos más pobres al 20% de los más favorecidos, en economías desarrolladas como Canadá, tienen una probabilidad de 11%. Esta reduce hasta 2.5% en México.
Los costos de la discriminación son muchos: reducimos de manera significativa el potencial de personas y comunidades, se reduce la competitividad y oportunidades de mercado. La estigmatización no sólo afecta a las víctimas de los sesgos, sino a sociedades completas.
Discriminar es cortar de tajo el potencial. Es limitar habilidades y logros, reducir de forma significativa ideas y soluciones. Restar.
Por ello, de acuerdo a Campos Vázquez, investigador del Colegio de México, “se requiere mayor intervención del Estado. Establecer diferentes políticas en la regulación y supervisión del estado laboral e incidir en políticas públicas donde se cuente con mejores servicios e infraestructura en áreas marginadas o con poco desarrollo”.
La Iniciativa Privada, por su parte, tiene un largo camino que recorrer para acortar las desigualdades en México. “Las acciones pueden ser simples pero contundentes, como eliminar la fotografía en los CV de reclutamiento y selección. También establecer cuotas de género en puestos claves, por ejemplo”, comenta el investigador.
En las familias la desigualdad puede generarse a través de un trabajo más equitativo de las labores hogareñas, dice el economista.
También establecer climas de confianza y reconocimiento a los logros de cada uno de los miembros de la familia, sin importar género, edad o apariencia puede eliminar asimetrías. Si desde nuestra casa nos acostumbramos a un trato igualitario y equitativo, podemos asumir más retos e incidir positivamente en la vida pública.
A pesar de que visibilizar la desigualdad es crucial para limitarla, hay una pregunta que ronda la propia conciencia ¿en qué momento y por qué asumimos que otro es más o menos que uno? Y en medio de esa interrogante, gigante e hiriente, es posible escuchar aún ahora la voz de mi abuela Angelita: “todos, absolutamente todos, somos hijos de Dios”. Habrá que reconstruir esa verdad en el día a día.